Por tierras afganas
CTE Federico Juste de Santa Ana
Aunque era 9 de febrero y los días anteriores había llovido, la mañana amaneció totalmente despejada. A la hora prevista nos recogieron en el Nissan, cargamos el equipo y nos llevaron al CATO SUR. Allí estaban esperándonos los pilotos de los Augusta-Bell 212 italianos que nos iban a llevar.
La misión era rutinaria, si podemos llamar rutinario a un viaje por tierras afganas. Consistía en desplazarnos hasta unos terrenos, reconocerlos y, tras realizar un estudio topográfico de lo mismos, negociar con el propietario el precio para comprarlos. El equipo lo formábamos dos capitanes de ingenieros, uno español y otro italiano, que se encargarían del estudio topográfico, un capitán jurídico italiano para formalizar y asesorar sobre el posible contrato y por ultimo yo, como jefe del grupo y representante del Cuartel General Oeste (RC WEST).
Antes del despegue y tras meter nuestras mochilas en los helicópteros, los pilotos nos dieron el consabido briefing prevuelo. Nos indicaron que si alguien veía algo extraño en el terreno durante el viaje, debía comunicarlo a los PJs, y que si veíamos a alguien disparando o simplemente armado, debíamos decirles directamente a los pilotos que rompieran al lado contrario. Me extrañó que fuera un vuelo tan “interactivo” con nosotros, los pasajeros, pero lo comprendí perfectamente cuando entré en el helicóptero. Estábamos todos juntos y apretados, desde mi asiento podía tocar con la mano al piloto, y los dos PJs con sus ametralladoras estaban en el suelo entre el piloto y nosotros, anclados con los atalajes al suelo para poder sacar medio cuerpo por las puertas laterales, que iban abiertas.
Tras encender motores, los helicópteros comenzaron a rodar hasta colocarse en formación en cabecera de pista, momento en que los PJ,s montaron las ametralladoras. Comenzamos a elevarnos.
La formación era bastante más abierta que a la que estamos acostumbrados con nuestros HD 21 y el vuelo era más pegado al suelo. La visibilidad lateral proporcionada al volar con las puertas abiertas y la que teníamos por delante al estar tan próximos a los pilotos hacían que el vuelo fuera impresionante. A ello había que añadir la velocidad y las subidas y bajadas acordes con el terreno montañoso, lo que producía el mismo efecto que montar en la montaña rusa. Indudablemente fue uno de los viajes más agradables que hice por tierras afganas.
Al llegar a Qala i Naw y tras asegurar la zona, descendimos. Junto a la plataforma nos esperaba el personal que nos escoltaría a pie hasta los terrenos a reconocer y el intérprete afgano. Nos desplazamos a pie al encuentro del dueño de la parcela y comenzamos nuestros trabajos. En un par de horas teníamos los datos necesarios, tanto para el estudio topográfico como para poder formalizar el contrato con el propietario. Al terminar volvimos al “aeropuerto” de Qala i Naw y allí esperamos a que los helicópteros nos trasladaran a Herat. La temperatura era agradable y, a pesar de llevar encima casco, antibalas y el armamento, no se estaba mal.
Nos sentamos en unos escalones junto a la plataforma y sacamos de las mochilas nuestras viandas para comer. A los pocos minutos apareció un perro afgano, tipo mastín que, tras sentarse frente a nosotros y mirarnos fijamente con cara de pena, consiguió que uno de los Capitanes le lanzara lo que le quedaba del bocadillo de jamón. El perro no dudó un instante en oler el bocadillo, quitar el pan y comerse de un bocado el jamón. Tras comprobar que no iba a conseguir más se fue por donde había venido.
A los pocos minutos aparecieron varios niños, de los que habitualmente juegan alrededor de la pista de Qala i Naw y se aproximaron a mí. Al ver la bandera del uniforme, rápidamente sonrieron y empezaron a decir en perfecto castellano: “Viva España”, “Viva España”. Lógicamente, sonreímos todos y nos pusimos a rebuscar en nuestras mochilas. Sólo nos quedaban las galletas de chocolate y la fruta, que repartimos entre ellos y que, aunque no era mucho, agradecieron.
Poco después, iniciamos el viaje de regreso, que concluyó sin incidencias. Había transcurrido un día más en tierras afganas. No obstante se me quedó grabada la imagen de los niños que, a pesar de las penurias de la guerra y de la pobreza en que vivían, jugaban alegres a nuestro alrededor sin aparentes preocupaciones. En aquel momento pensé y aún hoy sigo pensando que, escenas como éstas son las que ayudan a uno a colocar en su sitio las cosas importantes de la vida y a valorar de otra forma lo que tenemos.
La misión era rutinaria, si podemos llamar rutinario a un viaje por tierras afganas. Consistía en desplazarnos hasta unos terrenos, reconocerlos y, tras realizar un estudio topográfico de lo mismos, negociar con el propietario el precio para comprarlos. El equipo lo formábamos dos capitanes de ingenieros, uno español y otro italiano, que se encargarían del estudio topográfico, un capitán jurídico italiano para formalizar y asesorar sobre el posible contrato y por ultimo yo, como jefe del grupo y representante del Cuartel General Oeste (RC WEST).
Antes del despegue y tras meter nuestras mochilas en los helicópteros, los pilotos nos dieron el consabido briefing prevuelo. Nos indicaron que si alguien veía algo extraño en el terreno durante el viaje, debía comunicarlo a los PJs, y que si veíamos a alguien disparando o simplemente armado, debíamos decirles directamente a los pilotos que rompieran al lado contrario. Me extrañó que fuera un vuelo tan “interactivo” con nosotros, los pasajeros, pero lo comprendí perfectamente cuando entré en el helicóptero. Estábamos todos juntos y apretados, desde mi asiento podía tocar con la mano al piloto, y los dos PJs con sus ametralladoras estaban en el suelo entre el piloto y nosotros, anclados con los atalajes al suelo para poder sacar medio cuerpo por las puertas laterales, que iban abiertas.
Tras encender motores, los helicópteros comenzaron a rodar hasta colocarse en formación en cabecera de pista, momento en que los PJ,s montaron las ametralladoras. Comenzamos a elevarnos.
La formación era bastante más abierta que a la que estamos acostumbrados con nuestros HD 21 y el vuelo era más pegado al suelo. La visibilidad lateral proporcionada al volar con las puertas abiertas y la que teníamos por delante al estar tan próximos a los pilotos hacían que el vuelo fuera impresionante. A ello había que añadir la velocidad y las subidas y bajadas acordes con el terreno montañoso, lo que producía el mismo efecto que montar en la montaña rusa. Indudablemente fue uno de los viajes más agradables que hice por tierras afganas.
Al llegar a Qala i Naw y tras asegurar la zona, descendimos. Junto a la plataforma nos esperaba el personal que nos escoltaría a pie hasta los terrenos a reconocer y el intérprete afgano. Nos desplazamos a pie al encuentro del dueño de la parcela y comenzamos nuestros trabajos. En un par de horas teníamos los datos necesarios, tanto para el estudio topográfico como para poder formalizar el contrato con el propietario. Al terminar volvimos al “aeropuerto” de Qala i Naw y allí esperamos a que los helicópteros nos trasladaran a Herat. La temperatura era agradable y, a pesar de llevar encima casco, antibalas y el armamento, no se estaba mal.
Nos sentamos en unos escalones junto a la plataforma y sacamos de las mochilas nuestras viandas para comer. A los pocos minutos apareció un perro afgano, tipo mastín que, tras sentarse frente a nosotros y mirarnos fijamente con cara de pena, consiguió que uno de los Capitanes le lanzara lo que le quedaba del bocadillo de jamón. El perro no dudó un instante en oler el bocadillo, quitar el pan y comerse de un bocado el jamón. Tras comprobar que no iba a conseguir más se fue por donde había venido.
A los pocos minutos aparecieron varios niños, de los que habitualmente juegan alrededor de la pista de Qala i Naw y se aproximaron a mí. Al ver la bandera del uniforme, rápidamente sonrieron y empezaron a decir en perfecto castellano: “Viva España”, “Viva España”. Lógicamente, sonreímos todos y nos pusimos a rebuscar en nuestras mochilas. Sólo nos quedaban las galletas de chocolate y la fruta, que repartimos entre ellos y que, aunque no era mucho, agradecieron.
Poco después, iniciamos el viaje de regreso, que concluyó sin incidencias. Había transcurrido un día más en tierras afganas. No obstante se me quedó grabada la imagen de los niños que, a pesar de las penurias de la guerra y de la pobreza en que vivían, jugaban alegres a nuestro alrededor sin aparentes preocupaciones. En aquel momento pensé y aún hoy sigo pensando que, escenas como éstas son las que ayudan a uno a colocar en su sitio las cosas importantes de la vida y a valorar de otra forma lo que tenemos.